Ingrata Leonora: historia de la musa imposible que rompió el corazón de Emiliano

Emiliano la inmortalizó como “la ingrata Leonora”. Ella, por su lado, le tildó de “mentiroso”. Casi 100 años después, dos hijas de Leonora cuentan a Paraguayología el triste fin de la historia familiar y el duro lema que usó el papá de la musa para rechazar al pretendiente: “menarâ: ni músico, ni chofer”.

 

Por Luis E. López Nery Huerta

Son las cinco de la tarde y el sol parece estancado en un perpetuo ocaso de primavera. El clima es templado y un viento silba desde el sur. Emiliano está sentado debajo de un mango que adorna la plaza de la ciudad, esperando. Tiembla de miedo de ser descubierto, pero a la vez, tiembla porque piensa que ella no va a venir.

Aferrado a su vieja guitarra, ensaya estrofas de una melodía que viene retumbando en su mente desde la noche en que la vio por primera vez. Su corazón palpita tan fuerte que parece acompañar con golpes en la espalda de la guitarra. El tiempo se detiene y se siente el único hombre en la faz de la tierra. Escucha el relinche del caballo y el golpeteo hueco y metálico de la herradura en las piedras del camino. Un rayo de sol atraviesa su retina y casi lo deja ciego, pero el iris se recompone y el foco de su mirada logra descifrar el rostro de su amada. Leonora, llegaste.

Ella es Leonora Ledesma Arce y quien la espera es nada más y nada menos que Emiliano R. Fernández. Se habían conocido días atrás en la primavera de 1924, en la fiesta de “tarea hape”, en San Pedro del Ycuamandyju, donde el padre de Leonora, Don Simeón Ledesma es dueño de un establecimiento de caña dulce, cuenta el profesor Arnaldo Ramón Meza Colmán, estudioso de la vida del poeta.

Leonora baila con su nieto Oscar, hijo de Azurina Torres.

El trabajo convocaba anualmente a cientos de “peones golondrina” y “braceros”, para levantar la zafra y producir la famosa miel de caña de Don Simeón. Según el profesor Meza, “la miel negra o «eíra hü» es el jugo de la caña de azúcar luego de ser pasada por un trapiche que extrae su mosto, el cual es hervido y luego decantado hasta convertirse en el producto final, obtenido tras cinco agotadoras horas de iniciado el proceso.

La solidaridad y la confraternidad eran elementos muy presentes en el relacionamiento interpersonal de quienes participaban en esta ardua tarea de sembrar, abonar, cortar, molinar y procesar la materia prima. Tal es así que “la fama de buen patrón de Don Simeón y sus célebres bailes «tarea hápe», circulaban de boca en boca en toda la ribera del Río Paraguay”.

Fue en medio de estas festividades que nuestro célebre poeta, Emiliano, conoció a Leonora. Nacida en esa misma ciudad el 1 de julio de 1905, Leonora era la única hija de don Simeón. Tenía entonces apenas 19 años de edad y según pudo recoger testimonios, el profesor Meza, asegura que era “de escultural figura, dentadura de alabastrina blancura y un rostro en el cual predominaban las bellas facciones. Y había heredado de su madre, a quien apodaban cariñosamente «muñequita», sus encantadores ojos verdosos y una piel blanca como la nieve del Himalaya”.

Leonora festeja su cumpleaños, junto a Azurina y Wilma Irala. Falleció en 1998 a los 93 años.

Emiliano, entonces con 30 años, había sido invitado por su gran amigo, el bohemio músico concepcionero , Don Vicente Leguizamón, acompañado además por el célebre arpista Félix Pérez Cardozo. Leguizamón, cuenta Meza, “estaba enamorado de Victoria, tía de Leonora. Buscaba la oportunidad de cortejarla entre humo y notas musicales”. Y había convencido a nuestro poeta, prometiéndole conocer a la “hermosa hija del patrón”.

Cuenta el profesor Meza que “cuando los artistas fueron recalando a la bulliciosa faena de la dulce molienda, todos los presentes observaron con curiosidad a los recién llegados y al percatarse de quienes eran, festejaron la presencia de los músicos y muy especialmente la del Guyra Campana. El trovador fue presentado por su predilecto amigo concepcionero Don Vicente quien lo llenó de elogios ante la expectante muchedumbre.

El andariego poeta de cristalinos versos saludó a todos los presentes con un fuerte apretón de manos, recibiendo la admiración y el respeto de aquellos humildes y sudorosos hombres de labranzas . Pero Emiliano desde el primer momento tenía muy claro lo que quería hacer en su condición de arribeño katupyry. Escudriñó exhaustivamente con la mirada cada rincón de la famosa hacienda de ykuá Cano buscando a la célebre «ógã jára rajy», Leonora Ledesma Arce.

Después de un largo rato de función musical protagonizada por los tres artistas, llegó Leonora. Asegura Meza que “al promediar la noche un murmullo suave invadió el rústico galpón y una cautivante fragancia a perfume francés delató la presencia de la hija del patrón. Era la bondadosa Leonora con una sonrisa cautivadora quien despertaba tales susurros.

Arropada de una singular belleza, gracia, tacto y viveza en la forma de hablar y moverse, captó inmediatamente la atención de Emiliano. Este discretamente pidió a Don Vicente hacer las correspondientes presentaciones. Su amigo accedió gustoso y fue así que en la primaveral noche sampedrana de aquel año de 1924, se dio el encuentro entre un bohemio y una reina.

Leonora, sentada, en compañía de Américo Torres, Ricardo Marín (el hijo mayor que tuvo con Juan Marín Lezcano) y Azurina Torres.

Paraguayología.com logró rescatar el testimonio de una de las hijas de Leonora, quienes conocen la historia por los relatos familiares que se hicieron sobre este encuentro. Tránsita Torres, conocida como Tanti y Azurina Torres, hijas de Leonora, nos contaron algunos detalles más.

Tanti, por ejemplo, cuenta que la noche en que se conocieron, Emiliano se acercó a Don Simeón, el padre de Leonora, para pedirle permiso para sacar a bailar a su hija. Don Simeón, quien siempre había aconsejado a Leonora que “se cuidara de los músicos”, lo miró bien y le preguntó de dónde era. El poeta le había comentado que estaba de paso por ahí camino a Concepción, y que era la primera vez que asistía a un evento así.

Ante el pedido para sacar a bailar a su única hija, Don Simeón le preguntó a qué se dedicaba, el poeta le contó que era cantante, ante lo cual el padre solo asintió. “Él se enamoró de mi mamá”, cuenta doña Tanti, quien asegura que ya entonces Emiliano le hizo una canción. Y como su padre era muy celoso, no la dejaba salir sola. Habían quedado en encontrarse a la salida de la capuera. Ella andaba en su hermoso caballo con una imponente montura.

Leonora bajó del caballo y lo observó con sus hermosos ojos, él apenas si pudo saludarla, sudaba profusamente. Él, el poeta que siempre tenía palabras para encantar a las mujeres, que conocía perfectamente el arte de la seducción, se había quedado mudo ante esta hermosa joven. Tomó aire y valor y le pidió que sea su esposa. Ella sonriendo le dijo que por respeto a su padre debía consultarlo con él. Se despidió, subió a su caballo y se fue.

Cuenta el profesor Meza que desde ese primer instante, el padre de Leonora no vio con buenos ojos a este hombre que se acercaba tanto a su hija. Por eso habría preguntado a los presentes sobre quién era ese que bailaba con su hija, a lo que habían contestado que se trataba del músico y poeta, Emiliano R. Fernández. Don Simeón replicaba entonces que “músico ha chofer nda iporäi mena râ. Ohohápente ikuña. Upéicha che apensa ymaite guive”. Con esta frase el destino de este amor estuvo sellado. Al mismo tiempo, el origen de una de las canciones más famosas de Emiliano, empezaba a escribirse.

“A la mañana siguiente Leonora le planteó a Don Simeón lo solicitado por Emiliano y halló en su padre una tenaz resistencia, incluso para un corto noviazgo. Inmediatamente Leonora comunicó a Emiliano las palabras de su progenitor y que ella cumpliría la voluntad de su padre, a pesar de estar en desacuerdo con él. En el postrer encuentro de despedida el estoico Emiliano arrancó una promesa de los labios de la bella Leonora. Ella lo aguardaría hasta su próximo retorno para contraer matrimonio a pesar de la oposición familiar”.

Pero el destino tenía otros planes para ellos. “El errante Emiliano sacudió el polvo de sus sandalias y se dirigió hacia las frondosas selvas del Alto. Paraguay a restañar sus heridas en los ignotos obrajes donde su alma bohemia hallaba solaz”, cuenta el profesor Meza.

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“Al año siguiente, en 1925, retornó a la Villa Real de la Concepción y de manera fortuita se encontró con su entrañable amigo Don Vicente quien le manifestó que la bella Leonora ya tenía un compañero. Esta noticia impactó vívidamente en su alma de poeta e íntimamente recordó la promesa desecha de su amada, dando vida a su emblemática poesía dedicada a la ingrata Leonora”.

Tránsito Torres y Azurina Torres, hijas de Leonora, contaron la historia a Paraguayología.

Doña Tanti recuerda que una tarde, caminando por la plaza de Concepción, su abuela (la madre de Leonora) le dijo “mirale bien a ese hombre, ¿qué te parece?». «¿Y quién es?», le respondió ella. «Mirale bien», le volvió a decir su abuela. «Vos no lo vas a conocer, pero yo te voy a contar la historia». «¿Y quién lo que es él, abuela?», le preguntó ella. «Ese fue el que le hizo a tu mamá una canción, y esa canción se canta, me cuentan que ya se grabó esa hace mucho tiempo», le respondió su abuela. «Ese es el tipo que se quiso casar con tu mamá cuando ella tenía unos diez y ocho años por ahí y tu abuelo nunca confió en él, no quería ni que le mire».

Cuenta doña Tanti que en la familia siempre se contó que la larga espera causó en Leonora una decepción amorosa. Incluso llegó a decir que “menos mal que se fue y no no vino más. Yo ya no le quiero más. Se ve que es un mentiroso, como mi papá siempre dice son los músicos”.

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Doña Azurina, otra de las hijas de Leonora cuenta que su madre se casó con Canuto Torres Colmán, con quien tuvo cinco hijos:  María Angélica, Tránsita, Adela, Américo y Azurina. Lastimosamente, la historia con él no fue muy distinta a la que don Simeón había querido evitarle a su hija.

Cuenta doña Azurina que su padre “era muy farrista y mujeriego fue dilapidando la fortuna de la familia hasta tal punto que al fallecer mi abuelo Don Simeón el 10 de junio de 1939, casi ya lo había perdido todo”.

“Mi papá, que era muy buen mozo, rubio de ojos azules, con una sonrisa a flor de labios, prosiguió con su vida disipada e improductiva llevando a la ruina y luego a la quiebra el establecimiento que mi abuelo le dejó a mamá, como herencia. Ante esto, mi madre echó a mi padre quedando con cinco hijos pequeños a su cuidado. Esto ocurrió en el año 1945. En la total pobreza mi madre tuvo que emplearse como doméstica en la casa de las familias pudientes, ya que era honrada y muy trabajadora. Lavó, planchó y almidonó por muchos años los trajes de sus patrones para poder criarnos a todos. Mi hermosa madre Leonora llevó una vida muy sacrificada después que papá la dejó en la calle, prácticamente. Mi adorada madrecita murió también el 10 de junio, pero del año 1998, a los 93 años”, recuerda Azurina.

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De esta manera, concluyó la historia de este amor que no fue, a consecuencia quizás de los prejuicios de la época y que dieron rienda a la inspiración artística de Emiliano, que escribió, una de sus canciones más conocidas: Che pochyma nendive, a la Ingrata Leonora.

 

CHE POCHYMA NENDIVÉ

Flor de amoroso quebranto

entre las cuerdas nacidas

Triste resuena este canto

Que ya nunca cantaré

Y sepa Leonora ingrata

Por tu traición, tu desvío

Para siempre rojheyata

Che pochýma nendivé

 

Tú sabes cuán te quería

Tú sabes que yo celaba

Hasta de la luz del día

Nde resa jha nde rembé

Jamás Leonora creía

Tu falsedad despiada

Mara angá pa vida mía

Coicha ne’añá che ndivé

 

De las horas que a tu lado

Feliz pasaba en mi vida

Y a tu belleza entregado

Que ya nunca olvidaré

Porque mi amor ofendido

La felicidad pasada

No puedo dar al olvido

Che pochýramo yepe

 

Mi inocente amor de niño

Jamás pensó que podría

Mudar traidor tu cariño

Y rendido te adoré

Pero co’angha ya opama

Aquel amor sacrosanto

Para siempre rojheyama

Che pochýma nendivé.

 

 

Te dejo a gozar hermosa

Tranquilamente la dicha

De tu traición amorosa

Con el che recoviaré

 

Y sepas que desde ahora

Todo acabó entre nosotros

Adiós mi bella Leonora

Che pochýma nendivé

 

Cuando algún lejano día

Te dé un golpe el desengaño

Y lamentes vida mía

Ne mandua che rejhe

Recuerda que te quería

Con toda el alma y que ahora

Para siempre vida mía

Che pochýha nendivé

 

Emiliano R. Fernández.

 

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