“Somos los mejores albañiles de la región”, asevera Mario Castells, “kurepiguayo” como se define. Trabajador de obras, traductor y escritor, acaba de lanzar “El diario de un Albañil”, que se suma sus varios libros anteriores. Este descendiente de paraguayos, nacido en Rosario (Argentina) habla y escribe crudamente sobre las vivencias en la construcción y explica por qué considera a Chilavert como “una referencia molesta” para los paraguayos.
-¿En qué consiste el Diario del un albañil?
–El Diario del albañil es una saga de posteos de facebook que escribí hacia fines del año 2019 en un momento muy difícil de mi vida, en medio de una crisis muy fuerte en todos los niveles: el personal, el laboral, el familiar. Es un texto que se yergue a ojo, sin plomada, y se eleva quizás en falsa escuadra pero se sostiene. Creo que es, sobre todo, un ajuste de cuentas con parte de mi “novela familiar”. Es un texto muy catártico en el que, sin embargo, no renuncio a la literatura, a los componentes de mi literatura, como destaca el editor y poeta Alejo Carbonell, director del sello cordobés Caballo Negro[1], que me edita.
-¿Cómo es ser albañil en Argentina?
-Los paraguayos somos los mejores albañiles de la región (no hablo por mí que soy un chapucero). Y muchos han pasado a formar parte de los planteles de las grandes empresas multinacionales de la construcción, fundamentalmente en el área del hormigón armado. El rubro mismo se ha tornado un espacio conquistado por los perros. A nivel cultural eso se ve claramente en las grandes urbes argentinas. Están las villas de CABA y el GBA en que proliferan como nidos de alonsitos los ranchitos de hormigón, piecitas superpuestas unas a otras que dan marca registrada al hacinamiento en el que se vive.
El guaraní está muy presente, casi es idioma oficial en la construcción. Debería tener mayor presencia en la UOCRA. Pero la UOCRA es la peor porquería que ha dado el sindicalismo kurepi. Una mafia que recluta soplones de la dictadura, sicarios y barras bravas y acaso algún burócrata peronista que laburó cuando todavía no había cal hidratada. Y se apagaba la cal en tambores y pozos. Los albañiles somos el sector más pauperizado y maltratado, más desregularizado de la industria. Estamos al borde de la marginalidad y el trabajo en “blanco” no pasa el desafío de la blancura ni en la propaganda más amañada.
La mayoría de los obreros de la construcción oscila entre esa precarización -la miseria del Convenio de la UOCRA- y el changueo, el trabajo en negro y sin ningún tipo de derecho ni protección. En ese régimen de superexplotación, proliferan los contratistas, los tanteros, los catangos. Los paraguayos explotan a sus propios parientes por poquísima plata, aprovechándose de las condiciones horrendas de los mitarusu que vienen de nuestro país huyendo de la pobreza del campo. Los contratistas hacen de este proceso su mina de oro.
-¿Cuál es tu experiencia como albañil y cuánto tiempo?
-Empecé a trabajar a los 14 años como peón para mi padre porque quedé libre en el colegio. Mi viejo, generaleño, del departamento de Ñeembucú, no era albañil ni nadie lo había sido en su familia. Era de clase media pueblerina y tenía otros consumos, más acordes a su clase. Le interesaban la política, la historia, la música popular (fue músico y poeta popular aficionado, verso apoha: tiene una polca dedicada a su valle).
En Argentina y como luchador antistronista debió proletarizarse y, como era instruido, lapi puku, rápidamente se hizo contratista. Siempre obtuvo grandes obras y hasta hizo dinero, que no supo retener ni aumentar. Pero como se sabe, las condiciones de vida determinan la conciencia… Y sus diferendos entre su condición de empresario cuentapropista estalló en contradicciones insuperables que lo llevaron a procesos de cinismo y descompensación con los de sus ideales políticos. Eso está muy presente en este libro.
Yo trabajé siempre en la construcción, fue una especie de reparo en el que caía cada vez que me echaban de otros trabajos, fenómeno que se dio tanto por la repetida crisis de la economía argentina con sus oscilaciones permanentes, como también por mi militancia en el campo de la izquierda revolucionaria. Quiero decir, cada vez que me echaban, ya sea por achicamiento del personal o porque estaba en las listas negras tras mis apoyos gremiales a listas antiburocráticas, el único lugar al que podía acceder era “la obra”. Valga esta palabra que usaré como metáfora: la obra era, para mí, un karma. Y hasta cursando la carrera de Letras me iba a estudiar y daba clases, pues era ayudante auxiliar en una materia de literatura latinoamericana, con restos de cal y cemento y polvo de ladrillos en la ropa.
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–¿Qué tareas puntuales llegaste a hacer?
-Aunque soy un mal obrero de la construcción sé hacer lo fundamental de un oficial: parar una regla, aplomarla, levantar paredes, revocar mamposterías, grueso y fino; hacer una columna, enconfrar, poner viguetas, techar. Se colocar aberturas, sé hacer contrapiso y carpeta, colocar cerámicos. Empecé haciendo material y alcanzándoselo a los oficiales. Comencé a los 14 y fui peón muchísimos años. Vi trabajar a mis todos mis tíos maternos, grandes albañiles.
Aprendí mirando a los mejores pero no me gusta el ambiente. Y lo que menos me gusta es la cultura propatronal que hay. La mayoría de los albañiles son súper agachados y maltratadores. Cultivan un machismo que suplanta la valentía y la violencia por la entrega del cuerpo a la explotación. Esto repercute en una entrega, además, del bienestar de la mente al cuidado del alcohol. Los albañiles a los 50 son borrachines que están hechos bolsa, eso es lo que pasa.
–¿Qué rescatás o extrañás de la vida de albañil?
-Extraño, también, lo que añoro de la vieja cultura campesina paraguaya: el comunitarismo, la changa paraguái, el trabajo en minga, el asado acompañado de káso ñemombe’u, la talla. Extraño, como se verá, a mis parientes y amigos que han partido, a los pensadores más lúcidos y su pedagogía clasista. Nadie que no conozca con el propio cuero el latigazo de la explotación me puede venir a dar cátedra de qué significa eso. Marx viene después, no antes.
-¿Aún hoy la mayoría de los paraguayos que migran a Argentina trabajan en la construcción? ¿Hay alguna otra ocupación en ascenso?
-Si la hay yo no la veo. Las paraguayas trabajan, sobre todo, como trabajadoras de hogar pero también como empleadas de comercio, en la gastronomía. Los paraguayos trabajan en muchos rubros. En Rosario, donde proliferan los pilarenses, que en su mayor parte son albañiles, los guaireños, la otra gran colectividad, trabajan en la confección de zapatos. He conocido muchos empleados de gastronomía en el conurbano porteño, choferes de remis, verduleros (pese a que es rubro de la colectividad boliviana), muchos vendedores. En general hacen trabajos muy pesados y menos calificados. Obviamente, hay muchos paraguayos que hacen contrabando y emprendedorismo de frontera.
.¿Qué tal suena el guaraní mezclado con los argentinismos? ¿Surgen muchos neologismos? ¿Recordás algunos?
-El guaraní jopara es una lengua muy vital en las grandes ciudades de la Argentina. No hace falta que lo señale, ahí nomás tenés la jerga chespi de Asunción que está llena de hispanismos rioplatenses. El vesre guaraní. Acá, entre los albañiles, se suman todos los días palabras del lunfardo kurepi que se guaranizan en el proceso de aglutinación mediante sufijos: Ou la arquitéyto ha heta chebardea, cheja’o vai paite… Nde, wachin, eju ko’ápe!… Vení, kuetíncho… Shovía, shovía y cuando shegué a Colonia Cano, opi… Hay un vínculo no muy razonado entre las jergas. En las obras los paragua se cruzan con wachines de todas las provincias. El guaraní mezcla todo, es maravilloso. Ndopamo’aiha.
–Un poco de spoiler: ¿Cuál de las historias de albañiles que contaste te ha impactado más?
-Las que más me impactaron en lo personal fueron las muertes. La siniestralidad en la construcción es tremenda.No tiene parangón en ningún otro sector laboral. Cuesta mucha vida la construcción. Y no es menor la cantidad de paraguayos que se mueren en las obras en Argentina. Recuerdo siempre a un desgraciado capataz kurepi que se hacía el chistoso. Y se burlaba de unos obreros que reclamaban medidas de seguridad, diciendo: “No pasa nada, muchachos, si se cae un paraguayito vienen diez”.
Por otra parte, hay un texto que escribí sobre la borrachera y el brote psicótico de un compañero de mi padre, Alegre, un militante que había sido torturado por Pastor Coronel en la Técnica que nunca me he podido olvidar. Creía que sus compañeros de obra, todos kurepas correntinos en aquella oportunidad, eran pyrague y los quería apuñalar. Al final no incluí ese fragmento en el Diario… pero siempre lo recuerdo con tristeza y con cariño. En lo general, más allá del tono gracioso y ni que decir del testimonial y vengativo, hay un montón de historias un poco melancólicas, de techaga’u por aquellos amigos que han perecido.
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-¿Qué podría ser lo más schockeante para un paraguayo que empieza a trabajar como albañil en Argentina?
-No hay nada shokeante para un paraguayo pobre que viene a trabajar en la Argentina. Es mucho más shokeante la indolencia y el odio que despliegan los gobernantes paraguayos por sus compatriotas. Shokeante es el stronismo, el Partido Colorado, esa tradición que al mismo tiempo que es entreguista y antinacional se presenta como emblema de la paraguayidad.
Después hay todo un camino de aprendizaje. Los chetos kurepas son despreciables, pero los argentinos son generalmente solidarios. Tienen forjada otra relación con el Estado, se le demanda mucho más a la política. Lastimosamente, en el reflujo de estos años se han potenciado ciertos discursos, cierta doxa fascistoide. Pero nada está dicho, no está escrita la última palabra. Yo lucho porque en Argentina y en el Paraguay derrotemos esas trampas ideologicas nefastas que son la derecha, enemigas de la clase obrera y el campesinado. Me gustaría hacerlo con métodos de guerra civil pero no están dadas las condiciones; así que mi guerrita contra ellos la hago en mi literatura.
–¿Cuánto tiempo viviste en Paraguay?
-Viví en Paraguay, yendo y viniendo, casi toda la década del 90: desde el 92 que terminé el colegio hasta el 98 más o menos. Viví en el departamento de Ñeembucú, en una jurisdicción del pueblo de Laureles, la compañía San Antonio, que queda en el sitio conocido como el Cruce Cerrito-Laureles. En ese lugar hay un oratorio que levantó mi tatarabuelo, José de la Cruz Cabrera. Fue oficial de caballería del ejército del Mariscal, único de 7 hermanos que sobrevivió a la Guerra Grande, en honor a su santo abogado San Antonio de Padua en 1879, por ahí.
Ese oratorio y esa historia es la que signa mi tradición, la rama materna de mi familia. Somos ñeembuqueños y de la región desde inicios de la colonización tardía del departamento en tiempos de Melo de Portugal. Mi historia familiar tiene raíces en toda la historia trágica del Paraguay. Por esa misma historia soy kurepi, nací en Rosario en 1975.
-¿Qué es lo que más recordás de tu estadía en Paraguay?
-Mi estancia en el Paraguay está en todos mis libros, aun en los que no trato sobre él. Lo que más recuerdo de Paraguay es la vida con mi abuela Eusebia Cabrera y de mi tía María de la Cruz Cabrera, dos ángeles que me protegen desde que murieron (y no soy creyente ni creo en la trascendencia, soy completamente ateo). Recuerdo un trayecto que hacía a caballo para ir a visitar a mi novia, donde cruzaba varios esteros y reconocía los paisajes, flora y fauna más maravillosa que todavía permanece intacta en ese país arrasado que se ha transformado el Paraguay después de la soja y el glifosato. Recuerdo al Pilar de entonces, a mis amigos, a las siestas escuchando ZP12 y las funciones patronales en la campaña.
–Hablemos de los rituales del trabajo en la construcción: ¿se permite el tereré?
-Sí, claro que se permite. Nosotros trabajamos con pala, balde, cuchara, fratacho y guampa y Termolar. Esos son nuestros implementos de laburo. Pero, además, no hay obra sin kachaka piru los viernes, sin talla, sin asado de falda, sin polca jahe’o ni sapukái. Eso está y va a todos lados con nosotros.
–¿Allá también el día de cobro es el sábado? ¿cuál es la tradición?
-Se paga de distintas maneras. Se cobra, generalmente, por quincena. Y el día de cobro, viernes acá, explota la obra y los perros vuelven a casa con los compañeros tuchaite ka’úre.
–Se dice que los porteños son especialmente duros con los paraguayos. ¿Esto es así?
-No, no particularmente. Conociendo las patronales de los dos países creo que siempre es peor como tratan los patrones paraguayos a sus empleados. Péa ko che secretario!, se refieren en cualquiera de los pueblos del Ñeembucú los badulaques a sus obreros jóvenes, a los que tratan como esclavitos, casi como en un sistema de pongaje. Los porteños chetos son desagradables y se creen superiores, una característica histórica de su complejo de inferioridad respecto de los que somos de la tierra, cosa de arribistas inmigrantes que ascendieron en la escala social. Pero la patronal que forjó la cultura stronista es asquerosa, inhumana, y hoy es el modelo de la burguesía argentina, a no confundirse. Los sojeros paraguayos (brasiguayos) son el modelo de lo que ansían los poderosos de la Argentina.
–¿En Argentina se gana mejor como albañil?
-Se gana un poco más y se vive, a pesar de todo, un poco mejor. Hay mejores condiciones de vida acá. Pero no mucho más. El Estado argentino se está desguazando, los beneficios de la educación, el empleo y la salud se van a los caños. Es terrible pero real. Aun así miles de paraguayos siguen yendo a la Argentina a atenderse en el hospital público, cobrando beneficios sociales o yendo a estudiar a universidades argentinas. Somos la colectividad más numerosa y más importante históricamente. Paraguayos eran los que fundaron Buenos Aires y las poblaciones más importantes del litoral argentino. No son avivadas, millones de paraguayos levantaron este país. Y muchos dejaron los huesos en ello. Nadie nos regaló nada.
-¿Creés que en los últimos años ha cambiado la imagen del paraguayo en la mentalidad promedio del argentino?
-Lo que ha cambiado es que hay una gran cantidad de kurepiguayos (como yo) o provincianos o hijos de provincianos que muestran la cercanía de nuestro vinculo. Entre escritores nomás voy a señalar a Leo Oyola, Washington Cucurto, Oscar Fariña, Mariana Enriquez, Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada, Kike Ferrari, etc. que han visibilizado de diversas maneras nuestros vínculos culturales. En lo audiovisual eso se patentizó más después de la serie Okupas, de Bruno Stagnaro, emitida en 2001. En el rock Pity Alvarez habló de sus amigos paraguayos con faca en la cintura; y hasta bandas como Acorazado Potemkin tratan de ese vinculo (ver el disco Labios del río, el tema “Santo Tomé”). Nuestras comidas están en las calles de Buenos Aires. En general, lo paraguayo está mucho más presente en la cultura argentina, a pesar de los rebrotes fascistoides de los políticos.
-¿Cuál creés que es el cambio más notable hacia los migrantes durante esta pandemia? Por ejemplo, notás que hay más discriminación?
-No hay tanta xenofobia sí odio de clase contra todos los pobres, los mal llamados trabajadores esenciales, a los que mandan al muere sin cobertura de ningún tipo, odio contra los enfermos, contra los ancianos. Es terrible lo que ha naturalizado la sociedad. Por supuesto que eso es fogoneado desde los medios por los políticos de la derecha, de todo signo patronal, peronistas o macristas por igual.
-¿Pensaste alguna vez venir a vivir al Paraguay?
-Viví en el Paraguay. Voy siempre. Tengo muchos amigos. Me cuesta mucho el Partido Colorado. Alguna vez quise ir a militar con mis compañeros campesinos de la ASAGRAPA (Asociación de Agricultores del Alto Paraná) bajo el liderazgo de mi compañero Tomás Zayas, de la Comunidad El Triunfo de Minga Guasu. Quizás lo haga en algún momento. Pero en mi mente siempre soy del Ñeembucú, me veo en las hermosas aguas de la Laguna Sirena, en Cerrito, o en Potrerito, General Díaz, bañándome en aguas del Paranami.
–En tu opinión, ¿qué es lo mejor y lo peor que tenemos los paraguayos?
-Lo mejor son los valores comunitarios, el guaraní, la amistad; lo peor el machismo, los valores anti-históricos que legó la dictadura en todos. Pero que venían ya de antes de la dictadura, por supuesto, como se colige de la lectura de la obra de Gabriel Casaccia, de Rafael Barrett. Yo siempre me pregunté y pregunto a mis amigos escritores paraguayos: ¿Para vos el Paraguay es el de La babosa, de Casaccia o el de Hijo de hombre, de Roa? Ninguno de los dos es un Paraguay feliz. Pero en uno hay posibilidad de cambiar la raíz del mal, en otro solo nos queda resignarnos.
-¿Qué es lo más difícil o duro para los paraguayos que migran a argentina?
-Muchas cosas pero lo peor es dejar el valle natal, la familia, la propia historia, las tumbas familiares, como decían los antiguos.
-¿Qué tipo de referencia representa José Luis Chilavert para los argentinos?
-Es una referencia molesta. Es un tipo que les muestra a los chetos discriminadores nuestro orgullo nacional pero también y en esto me incluyo se lo ve como un bruto fascista. Yo agrego es la distorsión de nuestra identidad. Tiene lo peor del nacionalismo colorado, aunque no lo sea.
–Si bien tu trabajo rompe con los estereotipos de clase y también el del escritor y trabajador del subte Enrique Ferrari, sin embargo: ¿Creés que en Paraguay se podría dar este tipo de historias?
-Claro que se pueden dar y se dan. Los escritores guaraníes son, en su mayoría, pobres, campesinos, humillados y ofendidos, gente de clase obrera y campesina. Esa es la literatura paraguaya que construye la cultura de nuestro país, fundamentalmente. Si hasta León Cadogan fue pobre de toda pobreza, o como dijo el mismo pa’i Meliá, de quien fui amigo, su grado de pobreza era tan extrema que escribía con una máquina de escribir sobre un cajón de manzanas. Los escritores paraguayos no provienen de la clase alta. Ahora sí, algunos, de la clase media.
Nuestra literatura está cimentada en Emiliano, en Julio Correa, en Manuel Ortiz Guerrero, en Augusto Roa Bastos que trabajó de miles de empleos mal pagos y ni siquiera hizo la escuela secundaria y terminó siendo profesor universitario en la Argentina y en una prestigiosa universidad francesa, la de Tolulouse, vamos! Al teko paraguái lo sostienen los pobres de ese país. Como dijo Oscar Creydt: el sujeto de la nacionalidad paraguaya es el campesinado mestizo y la formación social que le dio origen es la chacra guaraní hispanizada. Eso, en lo fundamental, no ha cambiado.
-En Paraguay hay historias: siempre se cuenta todavía como historia si un albañil llega a la universidad, si un indígena llega a la universidad, un poco con la idea de «el que quiere puede». Sin embargo, luego no sabemos del contexto más complejo de esas historias. ¿Qué creés que hace falta para que la gente pobre cuente su historia? ¿Por qué no se dan estos fenómenos en Paraguay y que sí se dan en Argentina, acá al lado nomás?
-No creo que sea, definitivamente, así. Creo que lo más interesante del Paraguay está en la cultura guaraní, en los pobres del Paraguay durante toda su historia. Lo que menos me interesa del Paraguay es la chetada asuncena, inclusive la que la va de progre, menos los hurreros stronistas y el nacionalismo berreta de los traidores. Hay que recuperar y leer eso que está soterrado. Hay que, como dijo Meliá, construir la memoria de nuestro futuro.
[1] No solo ha editado mi libro Diario de un albañil, también mi novela Aparatchikis. Caballo Negro ha editado el año pasado la nouvelle El sonámbulo de Roa Bastos que tuve el orgullo de prologar.
10 comentarios. Dejar nuevo comentario
Podemos publicar la entrevista en http://www.ea.com.py
Sin problema, Jorge, metele, gracias por tu interés!
Mario Castells brillante narrador!
Muy buena la entrevista! Así dá gusto…
Un orgullo de este compatriota de sangre, por esa visión diferente y transversal de nuestra peculiar identidad.
quisiera decirle … o que lea… no por defender el Coloradismo ni el nefasto stronismo…pero gran causante de la miseria paraguaya se debe a la triple infamia que fue orquestado por Argentina, y la masonería . y en la dictadura apoyado, orquestado por la EEUU, en defensa de la aipo democracia….
Quiero comprar el libro, como hago?
A los compañeros que preguntan como conseguir el libro les digo que aun no llega a Asu pero ansiamos poder llegar pronto, ni bien se pueda cruzar la frontera. Mientras tanto se pueden comunicar con http://caballonegroeditora.com.ar/
Quizás allí puedan arreglar envío si lo piden. Les mando un abrazo.
Muy interesante la nota y el entrevistado. En Uruguay, dónde vivo hace unos años, a los albañiles se los denomina obreros de la construcción y el sindicato que los aglutina es uno de los más fuertes, el SUNCA. Este sector, gracias a su sindicato es uno de lo mejores pagados y con mayores beneficios.
Este país experimenta desde la última década, una migración paraguaya en aumento y se está convirtiendo de a poco en un destino laboral. Cada vez hay más presencia paraguaya en el sector de la construcción, sobre todo en el departamento de Maldonado, dónde vivo. Los obreros paraguayos son queridos y requeridos y considerados los más trabadores y el guaraní es cada vez más escuchado.
Me contaba hace unos días, José Areco, compatriota y vecino que en la obra que trabaja, de los 7 obreros, solo uno es
uruguayo.
Impecable artículo! Ansío leer el libro. Desde Fundación Migra (ONG focalizada en la promoción y protección de los derechos de las personas en situación de movilidad humana), hemos acompañado/acompañamos varios casos de trabajadores de la construcción migrantes (paraguayos y de otras nacionalidades), que han sufrido abusos de parte de sus empleadores, durante la pandemia -e históricamente. Felicitaciones, por la gran labor y la divulgación de estos hechos y la cultura paraguaya!