Imitaba hasta el ruido de las moscas. Así creció el niño Quemil que con el tiempo sorprendería al mundo, incluyendo a la Unesco y al papa Juan Pablo II, hoy santo de la iglesia Católica. Esta entrevista rememora el día que dejó la casa familiar para aventurarse en la construcción del puente de la Amistad y cómo pudo apaciguar a su papá, molesto con la gira musical.
A sus 83 años, don Quemil Yambay todavía recuerda el día en que tomó su guitarra y, en compañía de tres amigos, partió de su natal Alfonso Tranquera (Cordillera) rumbo a Alto Paraná, donde se estaba construyendo el Puente de la Amistad. Aunque era su pasión, no sabía si la música lo haría triunfar.
Su primer sueño fue ser futbolista. Animado por su padre, un sirio libanés al que no le gustaba para nada la música, incursionó como deportista en el Club Cerro Porteño donde, según cuenta, le iba bastante bien. Pero con el tiempo fue inspeccionado por unos médicos que le diagnosticaron una enfermedad incurable. Le explicaron que, a raíz de ese mal, con el tiempo perdería la vista.
Con la desoladora noticia, que significó para él una estaca en el pecho, tuvo que despedirse del fútbol y pensar qué hacer para ganarse la vida. Su mamá lo consoló y le dio fuerzas, lo animó a buscar algo en lo que era bueno. Fue así que, pese al enojo de su papá, se jugó por la música.
“Cuando el Puente de la Amistad se estaba construyendo, había mucha gente (en Ciudad del Este y Hernandarias). Hacíamos espectáculos y me daban buena propina. Nos fue muy bien”, recuerda con Quemil en entrevista con Paraguayología.
Luego de un tiempo, volvió a Alfonso Tranquera con todo lo que había ganado y le tocó enfrentarse al enojo de su papá, quien seguía rechazando la idea de que fuera músico. “Le dije a papá: ‘Te traje un regalo’, y le presenté el dinero. ‘¿De dónde quitaste toda esa plata? ¿Asaltaste un banco?’, me preguntó. ‘No papá’, le contesté. Cuando él se enteró de que todo ese dinero lo había ganado como músico, me abrazó y lloró. ‘Disculpame mi hijo, yo no pensé que con la guitarra podías ganar esta plata’, me dijo. Yo no creí”, relató Yambay.
Gracias a ese dinerito, su papá pudo pagar todas sus deudas. Había sacado una serie de préstamos para comprar maquinarias para su capuera. Eso le sirvió para convencerse de que su hijo tenía un talento maravilloso para el arte y lo apoyó.
Don Quemil cuenta que tenía alrededor de 21 años cuando empezó. Como le iba bien en cada show, formó el grupo llamado Los Alfonsinos. Se dedicaron a trabajar en composiciones y arreglos musicales que los destacaban por sobre las demás agrupaciones. Quemil tenía el don de la imitación, lo que incorporó a su música y le valió el reconocimiento del público.
“Desde chico yo imitaba cualquier cosa que escuchaba, hasta el ruido de la mosca imitaba. Me gustó y quedé con eso. Gracias a Dios, salió todo bien”, destacó. Así, en toda su carrera llegó a imitar el sonido de más de 100 animales de diferentes especies.
En 1984, don Quemil perdió completamente la vista, pero no dejó de cantar. Con sus característicos lentes y su poncho de 60 listas, subía a los escenarios y daba todo su amor en medio de las ovaciones del público que siempre lo amó.
El paraguayo que llenó el Luna Park
Con el grupo Los Alfonsinos, Yambay dio varios conciertos nacionales e internacionales. Recorrió Buenos Aires, España, EEUU, entre otros países. “Cuando fuimos a Buenos Aires, tocamos en San Lorenzo de Almagro. Para las 21:00 ya se había llenado, había largas cuadras de gente esperando para entrar; ya no quedaba lugar. Después actuamos en el Luna Park, eso sí que era una pista muy brillante, se llenó totalmente también”, relata el artista.
La canción “Pyrare amangýpe”, en la que imita el sonido de varios animales de la selva, era la que más le gustaba interpretar, ya que la gente gozaba, gritaba y se reía. Las otras canciones que siempre pedían en los conciertos eran “Lidia Mariana”, que compuso a su primer amor, y “Mokoi guyra’i”.
Quemil es papá de dos varones y tres mujeres, a todos los crió gracias a la música. También es abuelo y bisabuelo. Dos de sus hijos, Chayanne y Ulises, de la Retrocumbia, siguieron sus pasos, inspirados en su esfuerzo y sacrificio.
Reconocimiento de la Unesco
En el 2007, la Unesco declaró a Quemil Yambay “Tesoro Humano vivo”. “Yo no creí que iba a alcanzar hasta ese punto con la música”, mencionó el músico al recordar ese momento que lo llenó de emoción. Además, fue reconocido por varias instituciones nacionales.
El propio papa Juan Pablo II quedó sorprendido con él en una entrevista que tuvieron durante su visita a Paraguay, en 1988. Tanto así que dos años después le envió desde Roma un cuadro con su firma. “Hasta el papa Juan Pablo II me envió un cuadro”, señaló entre risas don Quemil.
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El pasado 10 de marzo, Yambay cumplió 83 años y lo celebró en familia. Habiendo recorrido más de 60 años con la música, hoy se llena de satisfacción al ver la vida que construyó y el cariño que se ganó. Considera que el mayor regalo que recibió del arte fue el amor de la gente y el haber podido ayudar a los que en su momento necesitaban.
Don Quemil ya no espera grandes cosas, tuvo todo lo que siempre soñó. Actualmente vive tranquilo con los suyos. Recibe una pensión de APA (Autores Paraguayos Asociados) y AIE (entidad de Artistas Intérpretes y Ejecutantes), que no es demasiado, pero que le alcanza para vivir.
Por Gabriela Báez