El nuevo libro de Mario Castells, «Diario de un albañil» generó gran interés entre los seguidores de Paraguayología, tras la entrevista con el autor. La obra -lanzada en Argentina- aún no está físicamente en nuestro país, pero mientras tanto le hemos pedido al escritor que nos diera un adelanto. Y nos ha enviado el fragmento de las páginas 27 y 28 del libro que reproducimos más abajo:
Hoy no trabajo, tengo esa suerte. Mi hermano no quiere ni ahí laburar los sábados, aunque su “laburo” sea llevarnos y traernos en su vehículo a la obra; soy un privilegiado, pero como tengo ganas de habitar el tema voy a recordar un par de anécdotas. A un personaje.
Damián Alegre se llamaba y le decíamos Chaco. Era un hermoso bufón, un extraño bufón. Nacido en Sáenz Peña, Chaco, hijo de paraguayos y muchos años casado con una paraguaya, era bilingüe. Tendría 1,60 de estatura, como mucho, y caminaba fanfarrón, como si tuviera gran porte. Usaba sombrerito de fieltro y tenía pretensiones de malevo compadrito, porque había vivido en Buenos Aires desde muy joven. Hablaba con las eses bien porteñas y era muy creído. Llevaba siempre un puñal en la cintura que tenía como nombre: “lengua po’i”, lengua delgada. Cuando te amenazaba decía: “Tiene hambre, ¡guarda!”
Le gustaba mucho provocar. Cada vez que llegaba a mi casa a cobrar su quincena, le decía a mi hermana, chiquita entonces: “¿Cómo está mi hija? ¿La tienen bien? ¿Dónde está su padrastro?” Mi hermana lloraba, no quería que él fuera su padre. O a mi abuela, la saludaba: “¡¿Cómo anda, señora?! ¡¿Todavía no se murió?!” Mi abuela se ponía de los pelos y le respondía: “Por qué no se muere usted”. Y él se sacudía de la risa… Una risa muda, como de mimo.
Chaco era, obviamente, muy borracho, y era buen albañil hasta que se mamaba. Entonces, no solo dejaba de laburar, sino que también empezaba a gritar como un loro barranquero, a contar historias y chistes zafados. Mi papá tenía gran cariño por él y solía burlarse de los arquitectos, diciéndoles: “Cuidado con cómo le hablan a ese viejito porque es muy malo, tiene tres muertes”. Y entonces venían los chetos a la obra y sin saludar querían dar directivas. Y cuando se acercaban a decirle algo, él les respondía, con la voz fuerte y tajante: “¡¿La mujer de quién!?”
Los tipos se ponían pálidos, no sabían qué decir. Nos miraban al resto de los obreros mientras Chaco seguía haciendo lo suyo como si nada.
DIARIO DE UN ALBAÑIL: Leé la entrevista al autor, Mario Castells