Emiliano se casó con su amada Belencita, tras volver momentáneamente de la guerra del Chaco. Lo hizo tal como había prometido: frente al altar de la Virgen de Caacupé. Hacía un año que se casaron por civil. Una sobrina que ayudaba al poeta y su musa rememora con Paraguayología aquellos hechos de 1934 y lo que pasó después. Además, visitamos el lugar donde vivió la pareja, en las cercanías de la Asunción.
Con su impecable atuendo blanco y un ramo de flores en las manos, María Belén Lugo llegó hasta la Iglesia Parroquial de Caacupé acompañada de sus padres y hermanos. Era el día más feliz de su vida. Emiliano, su eterno amor, lo esperaba en el altar para unir sus vidas ante Dios luego de una larga espera y habiendo superado un montón de obstáculos, entre ellos, la guerra.
Belencita lucía espléndida, tenía su larga cabellera perfectamente arreglada y su tez morena resaltaba entre la blancura de su vestido. Emiliano lucía su particular estilo, con un toque de elegancia.
Aquel sábado 24 de febrero tenía un agradable sol de verano; el calor era aplacado por la brisa de las sierras cordilleranas. Habían decidido casarse en Caacupé, para pagar la promesa que Emiliano hizo a la Virgen en pleno campo de batalla, durante la Guerra del Chaco. Él y Belén ya se habían casado por civil el año anterior, luego de que él solicitara permiso para ausentarse de la guerra.
Había vuelto del Chaco solo para cumplir con su gran amor, pero su obligación con la Patria lo obligó a volver a la lucha armada y partió sin poder casarse por iglesia. Belencita lo esperó con mucho dolor, rogando que regresara con vida. Tiempo después, Emiliano cayó herido y lo trajeron hasta el Hospital Militar de Asunción. Con los cuidados de Belencita, pudo recuperarse y finalmente cumplió su promesa de casarse en Caacupé.
La casa de Emiliano y Belencita
En el límite entre Fernando Zona Sur y Villa Elisa, hay una calle llamada Emiliano R. Fernández y, a dos cuadras, otra llamada Belén; ambos caminos nacen en la ruta Acceso Sur. En ese sitio de 3 Bocas estaba ubicada la casa de la pareja. El terreno pertenecía a la familia Lugo.
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Cuando se casó Belencita, sus padres le cedieron la parte trasera de la casa para que viviera con su marido. Allí construyeron su hogar. Había una adolescente que les ayudaba con los quehaceres domésticos. Era Amada Lugo, sobrina de Belencita, hija de su hermana Antonia. Hoy, a pesar de sus 93 años, doña Amada todavía recuerda con mucho cariño a sus tíos Emiliano y Belén.
“Ejapóke chéve la tereré, che rajy. Che amoĩta nderehe la Amada (‘Preparame el tereré, mi hija. Yo en tu nombre voy a poner la palabra Amada’, refiriéndose a la canción Amada Belencita)”, le solía decir Emiliano. Esto nos contó doña Amada, quien actualmente vive con su hijo y nietos en Villa Bonita de Villa Elisa.
Ella trabajó desde los 12 años en la casa de un doctor. Luego, en el mercado ayudaba a las mujeres con sus mercaderías y le dejaban propinas. Ese dinerito le servía para comer, pues era de una humilde familia.
Viendo ese sacrificio, Belencita le ofreció trabajar en su casa, en mejores condiciones. “Nderehoséi piko chendive ógape? (¿No querés irte conmigo a casa?)”, le dijo, según recuerda. Desde esa vez, todos los días iba a pie hasta la casa de Emiliano y Belén. Allí ella lavaba las ropas, planchaba y ayudaba a su tía con la limpieza y la cocina. Trabajó durante 6 años y contó que siempre la trataron bien.
En la actualidad, en ese terreno está instalada una playa de vehículos; ya nada queda de la antigua casa.
Vecinos de Emiliano y Belén
Don Ricardo Zarza, vecino de la zona y amigo de la familia de Belencita, relató que en frente había un almacén llamado Clavelito, de la familia Arce Villalba, que era muy frecuentado por Emiliano. Allí, el poeta cantaba y compartía con sus amigos, pero bajo sus estrictas reglas: solo algunos tenían permitido cantar sus letras. “’Vos te callás, fulano. Que cante Fidel’, decía. Así manejaba las cosas”, contó don Ricardo.
En su casa, Belencita tenía la imagen de San Juan, santo Patrono de 3 Bocas en aquella época. Él recuerda que todos los años preparaban a lo grande la fiesta patronal. La familia Lugo solía tener muchas leñas y desde temprano llevaban las rajas para el fuego del “tatapýi ári jehasa” y otros juegos de San Juan. De día, hacían el tradicional Karu Guasu y rezaban al santo.
Cuando doña Belén murió, la imagen le quedó a una vecina llamada Máxima Chaparro. Esa fue la propia voluntad de Belencita, quien en un documento escribió que el santo debía quedar con la vecina, si ella moría.
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Aunque Emiliano se separó de Belencita y dejó la casa, ella vivió allí hasta su muerte, con su hijo Ramón Fernández Lugo. También criaba a Laureano y Norberto, hijos que Emiliano tuvo con su anterior pareja, Bárbara Ayala. Durante un tiempo, habilitaron una piecita como inquilinato; era alquilada por Rogelio Valdez.
Un amor a primera vista y una triste ruptura
Emiliano dedicó más de 15 poemas a su amada Belencita. Ellos se conocieron en un ñembo’e paha de angelito (rezo final del novenario por un niño fallecido). El artista vivía con sus padres en el entonces barrio Bejarano (hoy conocido como San Pablo) y Belén, en 3 Bocas. Cuando ella llegó al rezo, él se corrió más en donde estaba sentado y le dijo: “Sentate a mi lado, a lo mejor algún día vas a ser mi esposa”. Así menciona el libro “Vivencias, obras y anécdotas de Emiliano R. Fernández”, escrito por el nieto del poeta.
En ese momento, no pudieron hablar, porque el rezo comenzó enseguida. Pero después se volvieron a encontrar en una fiesta en donde Emiliano actuaba con su conjunto; sin embargo, apenas se saludaron con la mano. Un día, él la detuvo en Ysaty diciéndole que quería hablarle. Ella le respondió que no hablaría con él si no era en su casa. Emiliano aceptó y, como ya conocía el lugar donde vivía, le llevó varias serenatas. Así nació el amor.
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Luego de casarse, pasaron siete años y Belén no quedaba embarazada. Fue cuando aparecieron los celos en ambos, ya que Emiliano tenía fama de farrista y mujeriego. Por otro lado, cada vez que él se ausentaba, su madre creía ver sombras en su casa, por las noches. Todo empeoró cuando Belén de repente se embarazó. Emiliano tuvo dudas y poco a poco la abandonó.
Estando él de viaje, Belén tuvo al niño. Lo llamó Ramón Ernesto, porque nació en el día de San Ramón. En el barrio le decían Ramoncito. Fue el que acompañó durante toda su vida a doña Belén; nunca se casó ni dejó descendencia. “Ramoncito era parte de la sociedad del club 3 Boqueño. Era un secretario con mi papá, porque tenía una linda caligrafía”, mencionó Ricardo.
Como bien dicen que ocurre en estos casos, Ramón era muy parecido físicamente a Emiliano y tenía una letra similar a la suya.
Por Gabriela Báez
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7 comentarios. Dejar nuevo comentario
Hermosa historia, me encantó leer
Excelente relato. Siempre me gustó la historia de Emiliano. Inigualables son sus letras. Ya había leído en alguna parte esa historia de que era un andariego y errante, dicen que se iba de trabajado en trabajado siguiendo río arriba de obraje en obraje, así nacieron: Adiós che paraje kue, Salud che paraje kue, Concepción jerere, Amenazoro pyharé, Gratitud, y muchas otras. Gracias por el relato. Abrazos.
Que buen testimonio… Me alegro por encontrar el material.
Interesante la historia relatada sobre la vida del inigualable Emiliano R. Fernández. Felicitaciones.
Excelente , me encantó leer esta historia
Siempre me interezaron las historias y anecdotas de nuestros poetas y músicos.Pienso que muchos debemos estar agradecidos porque todas estas personas nos han regalado sus obras que en muchos casos nos acompañaron durante toda la vida.En el caso de Emiliano, mi padre que habia nacido en Villeta en el año 1907 me hablaba de Emiliano y Belencita. Yo nací en el año 1937 en Luque – hoy tengo 83 años y toda la vida disfruté de nuestra música.En la persona de Emiliano les envío un fuerte abrazo a todos nuestros poetas y músicos del Paraguay.
Que bueno…